Esta semana, en nuestra sección Vida, compartimos un ancla poética que conmueve el alma. Es un poema sin autor conocido, titulado «Cuando seamos grandes». El texto no solo evoca nostalgia; nos entrega un manual de supervivencia emocional para la edad adulta. ¿Qué hacemos cuando la prisa y la lógica borran la magia? La respuesta del poeta es clara: debemos crear una reserva de ternura.
La madurez es inevitable, pero el olvido de la fantasía es una elección trágica. El poema nos ruega retener las cosas sencillas como herramientas de sanación. La risa en la vereda, el mar en la acequia… son claves para entender que el mundo exterior solo refleja la maravilla que llevamos dentro. Si este tono te toca, te invitamos a leer el poema sobre «Las Cuatro Funciones Básicas» que también te habla de balance vital.

Cuándo seamos grandes
Cuando seamos grandes,
no nos olvidemos que para las noches,
se hicieron los cuentos,
y los Reyes Magos,
y los duendes buenos.
No olvidemos que
en una vereda cabe un mundo entero
de risas y ruedas,
que no hay mar tan nuestro
como el de la acequia,
que con los pedales de una bicicleta
lo que queda lejos siempre queda cerca.
No nos olvidemos de las maravillas
que guardan dentro,
las cosas sencillas,
los viejos cajones, la flor, la semilla.
La vida es un viaje
y es cuestión de vida
sentarnos al lado de la ventanilla.
Cuando seamos grandes
va a ser muy bonito
tener como amigos a los animalitos
y gritarles cosas y entender sus gritos,
y explicar los vuelos por el infinito…
(los grandes no entienden a los pajaritos).
No nos olvidemos cuando seamos grandes,
que un beso es un modo de quedarse en alguien;
que siempre es hora para acariciarse,
que el amor es todo,
que ternura es madre,
que hay que estar temprano
cuando se hace tarde.
Cuando seamos grandes
no nos olvidemos de la fantasía,
del sol y los juego,
de los cumpleaños, y el circo viajero,
los payasos tristes, l
os muñecos buenos,
y la hermosa costumbre de decir: TE QUIERO
Autor desconocido
La Poética de la Acequia y la Urgencia del Beso
Este poema está construido sobre metáforas íntimas y geográficas. La acequia se vuelve tan «nuestra» como el mar. La bicicleta anula la distancia. Son imágenes que nos hablan de la capacidad infantil de trasformar lo pequeño en absoluto.
La clave existencial se encuentra en ese ruego: «La vida es un viaje y es cuestión de vida / sentarnos al lado de la ventanilla.» El poeta nos exige participación activa en nuestra propia historia. No somos pasajeros que dormitan en el asiento de atrás, sino observadores despiertos. Esto es una llamada a la consciencia: no hay tiempo que perder.
El final es una lección de amor maduro dictada por la inocencia. «Hay que estar temprano / cuando se hace tarde.» Es la urgencia de la ternura frente a la finitud. El amor y el beso no son simples gestos; son un modo de quedarse en alguien. La única manera de ganar la batalla contra el olvido y el cinismo de la vida adulta es manteniendo vivos a esos «duendes buenos» de la infancia. La ternura es el filtro que nos permite seguir viendo a los duendes y a los pajaritos. Sin ella, el viaje se vuelve gris.


